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APRENDÍ A LLORAR.
-Caminé cabizbajo y sombrío sin mirar
atrás, mi cuerpo cansado andaba entre las sombras con el peso de mi alma a
cuestas, entré sin darme cuenta en el oscuro parque en busca de refugio y
soledad; las luces del día se iban apagando silenciosamente, las palomas
gorgoteaban mimosas posadas sobre una rama, me invadió un rayo de envidia al
verlas.
-Mi estómago lanzó un lamento y mi
lengua áspera y seca me envolvió la boca.
Despacio, me acerqué al pequeño lago
que empezaba a brillar bajo la luna, sorbí sin mucha ansia la fresca agua; las
ondas revoltosas reflejaron por un momento mi viejo y arrugado rostro, me
observé por un instante, el largo y rojo pelo caía sobre mi sin su belleza
anterior, sentí lastima de mí, pero no sabía llorar…
-Aquel pequeño lago me hizo recordar
cuánto echaba de menos mi cama limpia y blanda; cuanto echaba de menos los
besos y las caricias de mis seres queridos, cuanto echaba de menos el olor que
desprendía la cocina después de una buena tarta, cuanto echaba de menos los
ruidos y las risas de mis niños, cuanto echaba de menos sentir que era valioso,
que cuidaba de mi casa y de mi familia; ahora viejo y cansado ya no servía, ya
no era útil.
-Me recosté bajo un árbol derrotado,
hice un ovillo con mis cuerpo cansado y hundí mi hocico entre mis débiles patas
y entonces…
-Aprendí a llorar.
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