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¿HALLOWEEN O NOCHE DE DIFUNTOS?
Alejandra seguía
teniendo el corazón de luto, la reciente muerte de su madre la retrocedía en el
tiempo no muy lejano en el que también su padre se había Ido.
Recogió su largo y
negro pelo en una coleta desmarañada, su flequillo bailaba a su compás, había
decidido celebrar la noche de difuntos con una pequeña cena en su nueva casa y
dejar que el tiempo deshiciera las tinieblas de su mente. El gran comedor atestado de muebles y cuadros
aun esperando su espació, le recordaban a cada momento su anterior vida.
La noche se presentaba algo fría pero
apacible, el viento en el jardín removía suavemente los altos pinos cayendo sus
débiles agujas en las escalinatas de piedra, rebuscó piñas caídas para encender
la chimenea y tostar castañas para sus
amigos. En su repisa descansaban retratos de sus padres, junto a ellas había
colocado cariñosamente una vela para cada uno, esa noche iba un poco dedicada a
ellos.
Preparó la brasa con
fuertes troncos y la dejó lista para más tarde, subió al segundo piso sumida en
su tristeza con su copa de vino blanco lista para darse su baño de placer en
aguas calientes y espumosas, necesitaba aquel pequeño lujo para relajar sus
pensamientos, el viento golpeó fuertemente el jardín, gotas de lluvia fina
intentaban entrar por la ventana, su corazón se excitaba a cada ruido, su
templanza se había ido.
Se coló en su albornoz suave y calzó sus
zapatillas, bajó al comedor para poner la mesa y acabar de preparar su
exquisita cena, la primera en muchos meses.
Colocó algunas flores
sobre el mantel rojo y pequeñas velas de colores, el repiqueteo de la lluvia la
atormentaba, puso una canción de Charles Aznavour, la tatareó en francés como
hacía con su madre y danzo algunos pasos suaves. La enorme puerta de cristal retumbó en un solo movimiento, rebrincó
ante el fuerte sonido, su hija regresaba para la cena con sus amigos, se
extrañó al no ver ni oír a nadie.
La pesada reja del
jardín gruñó despacio… estaba cerrada; las flores tambaleaban incesantes e
indecisas, sintió que alguien la observaba, se giró de golpe tropezando con sus
propios pies, un aire cálido rozo su
mejilla, sus manos crispadas aferraron aire.
Los dos grandes perros dormitaban
impasibles en la entrada de la casa, no habían notado ni por un momento el
movimiento de Alejandra, los observó asombrada, solo ella oía los ruidos
invisibles, sintió un lamento entre las hierbas y salió despacio tiritando
mientras la noche melancólica caía de golpe sobre su cabeza; sus pies casi
descalzos permanecían clavados en la pastosa tierra, su negro y empapado
flequillo caía sobre sus ojos entorpeciendo su mirada perdida, su corazón
acelerado azotaba con insistencia su frágil pecho, sintió una mano sobre su
hombro, fuerte y decidida.
El grito salió
dispersado junto al relámpago llameante... una larga sombra se deslizó junto a
ella fusionada a su cuerpo, giró en redondo sin pensar y de pronto…….. Apareció
su hija alegre y divertida junto a sus amigos con ganas de pasarlo bien,
llevaban demasiados meses sumidas en la pena. Enmudeció al ver a su madre tan
asustada y en bata, la abrazo con amor y la besó dulcemente.
Alejandra se disculpó y subió a cambiarse
de ropa, a su alrededor sentía movimientos invisibles que la envolvían, las
largas cortinas rojas se elevaban danzarinas al compás del fuerte viento, las
altas ventanas estaban cerradas, las estrellas se escondieron asustadas.
Bajó precipitadamente la larga escalera y
trató de serenarse, sirvió unas copas de vino y alzo un brindis en al aire,
entonces vio el cuadro de su madre apostado en un rincón, lo cogió con dulzura
y lo colgó de la única alcayata que había en la pared, en un acto de
sentimiento unió su mano con la de su hija y volvió a brindar.
La chimenea prendió de golpe y las velas
de la repisa erigieron de una sola vez su brillante luz, los invitados gozosos
seguían en sus conversaciones triviales sin reacción alguna. Las luces
reflejadas en las lágrimas colgantes se mitigaron discretamente, las dos
mujeres se acercaron despacio y se dibujaron, las fotografías estáticas,
parecían sonreír, se miraron con complicidad y se abrazaron, por fin sus almas
estaban en paz.
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