15
Un triste recuerdo.
Sus rubios cabellos reposan
sobre la almohada, los labios carmesí destacan en su blanca piel, Louise
Enriette descansa sobre el lecho
asumiendo que su final está cercano. Cansada, cierra despacio los ojos y una
nube de recuerdos se deslizan suavemente por su mente.
Corre
el año 39, en una mañana soleada camina con su habitual elegancia sobre esos
finos tacones. Retoca su sombrero mientras lee “Le figaró” colgado del pequeño
quiosco situado en el hermoso puerto de la Luna. El Garona difunde su brillo como un espejo,
la luz de las farolas embellecen el puente construido en el Siglo de las Luces.
Mira asustada, todos los periódicos anuncian lo mismo,
“L'intransigeant” pregona en letras negras y blancas: “LA FRANCE ET
L'ANGLATERRE sont en état de guerre AVEC L'ALLEMAGNE”.
Busca
ansiosa una cabina de teléfono, enfrente se alza el bello Pont de Pierre.
Gira sobre sus pies y enfila
decidida hacia Courts Victor Hugo.
-”Debo avisarle, no tenemos
más tiempo”.
Un pequeño bistrot está
abriendo sus puertas, sin dudarlo entra y se dirige al teléfono colgado de la
pared. La suave voz de Juliette Gréco
inunda todo el local.
Marca el número de su oficina...ring...ring...
- Bonjour,
¿quién es?
- ¡Pierre, Pierre... escúchame...! -debemos irnos inmediatamente. ¿Están listos los coches?
- ¡Pierre, Pierre... escúchame...! -debemos irnos inmediatamente. ¿Están listos los coches?
Los
dedos de Louise repiquetean en el mostrador.
-Si todo está listo. - contesta Pierre.
-Voy a buscar a los niños. Nos encontramos en la isla. - Louise acaricia su falda de Jacouart.
-Bien, muy bien...sé prudente... voy hacia allí. ¡Je t'aime!
-Si todo está listo. - contesta Pierre.
-Voy a buscar a los niños. Nos encontramos en la isla. - Louise acaricia su falda de Jacouart.
-Bien, muy bien...sé prudente... voy hacia allí. ¡Je t'aime!
Al poco tiempo rueda por la carretera ansiosa
de llegar a l'Ille d'Oleron donde su institutriz y los niños la esperan.
A su paso, los viñedos de
Burdeos se alzan verdosos y morados. La
guerra no ha podido matar tan bella naturaleza y el vino sigue manando por sus
tierras.
Horas más tarde los coches y
camiones enfilan hacía su nuevo destino.
En España parece que las
cosas se han calmado. Meses atrás Franco destruyó la segunda república de un
plumazo. La guerra ha terminado y les
aguarda un futuro incierto pero sin bombas.
Louise lleva en su bolsa, en
un doble fondo la foto de su amigo el General Pétain. -“¿Cómo ha podido
traicionarnos así?- “Alemania nos arrebatará lo poco que queda de esta triste
Francia sumida en el dolor”.
Los camiones avanzan
tras ellos. Llevan toda su vida: sus
enseres y lo poco que han salvado. Sabía
que llegaría el día que tendrían que huir después del pacto de Pétain con Hitler,
creyó que, tal vez, la guerra llegara a su fin y pudiera permanecer en su
tierra.
En medio de polvo y muebles,
miradas escondidas y asustadas se arrinconan atemorizadas ante la llegada de la
frontera de Irún. El Bidasoa asoma a los
lejos dividiendo sus vidas, sus patrias.
Soldados apostados en ambos
bandos.
La atmósfera bajo los
impertinentes focos es cortante, la respiración en pausa, las manos sudorosas.
-Monsieurdame, sus
documentos... -¿¡dónde van!? -el soldado apunta con su linterna metralleta en
mano el interior del coche.
-Tenemos un pabellón de alimentación en San Sebastián. -responde Pierre-. Louise se aprieta a los niños disimulando su miedo.
-Tenemos un pabellón de alimentación en San Sebastián. -responde Pierre-. Louise se aprieta a los niños disimulando su miedo.
El hombre revisa
meticulosamente el coche. Los camiones están siendo registrados por doquier.
-¡Salgan del coche, pónganse a un lado!
-¡Salgan del coche, pónganse a un lado!
Louise mira hacia los
vehículos. Dentro, almas encogidas ruegan por no ser descubiertas y llevadas a
un campo de concentración. El día despunta de nuevo, las horas interminables
repletas de preguntas han llenado la noche.
-¡Eh…bien, pueden irse! - ¡Out, allez, allez, vite, vite!
Despacio, el coche y los
camiones atraviesan las fronteras con el corazón escondido. Las montañas les
reciben en un verdor esplendoroso. Un gran cartel les indica su camino: San
Sebastián.
A unos kilómetros de la
frontera paran los coches, necesitan tomar aire, saber que todo está bien, que
su camino incierto pero nuevo, puede ser mejor.
1968. Louise Enriette
suspira recordando “He tenido una buena vida“.
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