El SECRETO
Había una vez dos mujeres que vivían juntas en una
bonita casa, madre e hija compartían la juventud de una y la madurez de la
otra.
No hacía mucho, habían trasladado sus cuatro
muebles viejos cargados de ilusiones y temores a su nuevo hogar, atrás, quedaba
parte de sus almas entre aquellas lujosas y altivas paredes rellenas de
antigüedades; recuerdos cogidos de aquí
y de allá que minuciosamente y a lo largo de la vida sus padres habían dado
cobijo, todos aquellos muebles repletos sin vida; cuadros muertos, joyas frías
y brillantes, alfombras repletas de polvo, estaban atestados de vida, una vida
que ahora quedaba en una pagina cerrada de sus jóvenes vidas.
Sin un duro en el bolsillo, sin un trabajo, sin un
alma que las protegiera, decidieron hacer frente al mundo alquilando la casa
más primorosa del pueblo, unos pocos amigos las ayudaron en el traslado y con
el orgullo a flor de piel, se dieron la bienvenida con una gran fiesta a lo largo
y ancho del amplio jardín bordeado de altivos y verdes pinos.
Algunos pensaron que sus ahorros estaban
alevosamente escondidos, otros que la locura había hecho presa en ellas,
algunos se rieron de su riesgo y otros se sorprendieron de su osadía, todos las
envidiaban por su presunta suerte, pero nadie, nadie apostaba por su
supervivencia.
Una vez aposentadas se preguntaban como harían
frente al alquiler de tan lujosa casa, al poco tiempo, cuando las primeras
hojas otoñales empezaban a tambalearse
la madre encontró un trabajo, aunque no estaba acostumbrada a enfrentarse al
mundo sola sin el cobijo de sus padres y teniendo que soportar ordenes de algún
superior, se abalanzó de cara a su nuevo labor soportando un horario, ordenes
desmedidas y jefes prepotentes, pero también le ofrecía libertad de movimiento
y acción.
Su catalogo de platos y ollas y sus ganas de luchar
eran todo su equipaje.
Madrugaba con un solo ojo, el otro lo reservaba
para media mañana después de su café doble y un par de cigarrillos.
Cuando el sonido impertinente del despertador sacudía
toda la casa, las dos mujeres recorrían los pasillos como alma que lleva el
diablo, del baño a la cocina y seguidamente al flamante coche que soportaba
agradecido los movimientos acelerados a que le sometían, la más joven de tan
solo quince años, saltaba a la puerta del instituto, atormentada por los
consejos y advertencias de su madre, se iba dándole el eterno sermón pero con
la tristeza de que hasta la noche no volvería a verla.
Su hija, una muchacha joven y alegre, había sido el
motor que la movía a seguir adelante, estaba muy orgullosa de ella, estudiaba
como cualquier niña de su edad, discutían constantemente por tonterías
cotidianas y se unían en la desventura con alegría y complicidad, le preparaba
la cena y encendía la chimenea para que cuando llegara se sintiera cómoda y
acogedora, también le concertaba citas con las madres de sus amigas para que pudiera
incrementar sus ventas, de alguna manera participaba en el trabajo de su madre acompañándola
a los hogares de noche, siempre estaba junto a ella, se sentía gozosa de su
madre y lo reflejaba en su rostro.
Sin una queja por los zapatos estropeados o por los
viejos pantalones un poco anticuados, por la noche cenaban y cotilleaban las
aventuras diurnas, muchas noches contaban el dinero que les quedaba y las muchas
facturas que sobraban, pero no se asustaban, sabían que juntas lograrían burlar
a todo imbécil que dudara de su capacidad y eran muchos que día a día se
asombraban de la vida de aquellas dos mujeres que, aparentaban toda la
serenidad y alegría de una vida estable y sin problemas, pobres ilusos, no se
daban cuenta que tan solo había un secreto para aquella felicidad… estaban
juntas.
Maig.1995
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