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miércoles, 1 de mayo de 2013

MICHEL

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MICHEL

Michel.

Larguirucho, de tez morena y profundos ojos negros, había heredado el color del sol de sus antepasados paternos, gente de tierras emborrachadas por verdes e insultantes colores. Amaba el mar desde el más bravo Mediterráneo al Caribe resplandeciente.
Nació en las cálidas tierras de Burdeos, le acunaron las aliladas y exuberantes uvas de largas ramas que giraban alrededor de su almohada llenándolo de fragantes aromas, aromas que se impregnaron en su oscura piel para el resto de su vida.
Si, fue en mayo, el mes de las flores cuando la dama de noche reverbera en sus más verdes tonos, mil pétalos desenvuelven su manto en delicada armonía, inundando con descarados perfumes las noches plácidas de primavera.                

Contaba cuatro años, cuando sus padres trasladaron a cuestas sus negocios a tierras catalanas al borde del Mediterráneo.
Instalaron sus chimeneas humeantes en una pequeña calle de la ciudad, sus habitantes amanecían plagados de perfumes desprendidos y mezclados entre sí: albahaca, tomillo, pimienta, canela, azafrán recorrían saltarines los tejados de sus pintorescas casas.
Las palmeras altivas les dieron la bienvenida aquel invierno acogiéndoles con reverentes balanceos. Badalona fue su segunda cuna, allí, descubrió en su  totalidad la belleza del mar. Las pequeñas barcas dormidas en la arena dibujaban el camino por la larga orilla.
Al amanecer, se deslizaban alegres y cansadas con sus farolillos aún encendidos marcándoles el camino a casa, sus redes repletas de brillantes peces destellaban bajo los primeros rayos de sol.
Aprendió no solo a nadar, sino  a aliarse con las olas, se abrazaba a ellas con la ternura del enamorado, juntos danzaban en un ir y venir casi romántico.
Amó tanto a ese mar; su arena, su gente, su aire, que, aún después de largo tiempo surcando medio mundo, seguía amándola: esa tierra que le empujó en su crecer, le marcó en sus venas como hierro ardiente.      
Durante toda su vida, volvería a verla como a una amante solícita y paciente; su mar, sus patines de vela, sus viejos amigos, dormitaban lánguidamente esperando su regreso.       
Se engalanaba para la verbena de Santa Rosa como una premonición, corría tras su pelota en las largas playas calientes, sus ojos, esos negros ojos,  fijaban su mirada hacia el profundo horizonte.              
Recién cumplidos los dieciséis, su padre le embarcó rumbo a la América Central de donde él era, esa España en posguerra dura e insegura, no era lo mejor para su primogénito. Allí le aguardaban algunas de sus raíces, Heredia, ciudad de grandes cafetales en la dulce Costa Rica.              

A lo largo  de los años, viajó por medio mundo, su equipaje bien planchado reposaba de hotel en hotel, sacrificó… ¡OH!  Imagino que, quien ha vivido como realmente soñó, si alguien pensó alguna vez que descubrir pequeños restaurantes donde una buena mesa regada por un delicado vino; atrapar rincones exuberantes deleitándose  de cada sorbo de aire fresco  era un sacrificio, entonces Michel se sacrificó, si alguien vivió a su  manera, saboreando cada trozo de vida, cada mordisco del tiempo, ese fue Michel.

Que lento pasea el aire en una blanca y fría habitación, el golpear del respiradero impertinente altera el sentido común, las paredes se inclinan aprisionándote, las agujas del reloj golpean incansables cada brizna de aire.
-Rosa, querida Rosa, mi corazón se está agrietando, también su cuerpo inmóvil hiela mi aliento, pero tú, tú rompes mi alma, ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Cómo darte mi mano para que el dolor pase más dulce y suave? ¿Cómo aliviar esta ansiedad que te invade?
-Tú que estuviste con él, que caminaste por su mismo sendero, que abriste tus pétalos como la dama de noche, tu que engalanaste tu hogar para tu amado.
-Algún día ya no muy lejano, recogeré mis maletas tan vacías y guardaré en ellas todo el cariño que me has dado, sé que no permanecerás sola, tus amigos, los que siempre has tenido te acompañarán cuidarán de ti.

-Yo, estaré lejos, romperé mis lágrimas en silencio y abrazaré mis recuerdos con profunda nostalgia, me consolarán a mí también y rezaré junto a mi hija.

Pero estaré lejos, demasiado lejos para hacerte llegar mis maletas repletas de tantas cosas bonitas, de rayos de sol agolpados en un puño, de infinidad de sensaciones que me gustaría contigo compartir.




YO MISMA


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YO MISMA





Psicorelato:


Un pié fuera. Sentada en la cama está pensando si vale la pena poner el otro.

-¿¡Para qué!? -se pregunta- ¿para sacar el polvo otra vez?. Ya está harta de hacer siempre lo mismo.

Se siente frustrada, sin trabajo y nada a la vista. Toda la vida luchando  para eso.

Verá las noticias mientras se toma su café doble y el cigarrillo en la mano.

Luego llegará su marido harto pero de trabajar, no como ella que no da palo al agua.

Y tendrá que hacerle la comida, con lo cansada que está no le apetece nada.


Pero desde que ha comenzado el curso está más animada. Quiere retomar sus ansias de escritora.

Se sienta en el ordenador y busca incesante los hilos de ejercicios. Se divierte leyendo los relatos de sus compañeros. Lo va a conseguir, solo le falta adentrarse un poco más y participar.

Por lo menos se siente más útil desde que le corresponden con los comentarios sobre sus escritos.

Ordena meticulosamente los fascículos y copia todas las historias que lee.

Se sorprende con cada técnica nueva que aparece y eso que pensaba que ya lo sabía todo, pero ¡que va!

Si hay palabras que desconocía, vaya palurda. –Pero si no sé nada- su mente trabaja todo el día, más inmersa que nunca.

Los puntos y las comas, vaya martirio, la tienen hasta la coronilla. Se fija bien en las frases y las coloca perfectamente, pero seguro que alguna estará fuera de lugar.

Está tranquila porque alguien le indicará el error y poco a poco irá asimilando la práctica.

Los concursos se los toma como un reto. Si cae un puntito es que algo ha hecho bien. Solo está preocupada porque no puede leer todo lo que le recomiendan y participar más en el club de la lectura. Todo se andará. Tiene su eterna novela aparcada en un rincón. Debe reiniciarla con las nuevas técnicas que ha aprendido. Sabe que escribe bien, imaginación no le falta y su vocabulario es rico en matices y estilo.

Pero se le encallan las comas y ahí si que está pillada. Son como piedrecitas dentro del zapato.

Despacio, se toma las cosas despacio. Nadie la persigue. Total no tiene nada más que hacer.

Monologo interior directo.


No fastidies ahora Benet se me ha dormido con mi relato que hay demasiadas comas y le parece lento pero si las he puesto bien será que no las he mirado las tengo que cambiar esta aquí y esta la saco ala fuera ya las he sacado como que ya ha pasado la marisabidilla por aquí y que se  ahoga sin las comas en que quedamos la
pongo o la quito porque si le pongo un punto pues no se  me corta la frase pero si no pongo nada veras como pase la realilla  que le ponga comilla comillas donde mejor una jota así bailamos  será posible donde pongo la coma o mejor un punto y coma es que no saben como complicarnos pues yo lo veo bien que si el punto que si la coma y el guión va delante o detrás tengo que darle de comer al perro y poner la lavadora pero primero coloco bien las comas mi hija no me ha llamado hoy estará trabajando esta coma no me gusta le pongo un punto y aparte y listo la idea es buena me ha quedado bien es que palabras no me faltan aunque digan que soy romanticona pues si lo soy no voy a cambiar a los cincuenta no tengo mantequilla tengo un hambre estoy fumando mucho haber aquí un guión vale y ahora mayúsculas por que empieza otra frase no le he puesto ninguna coma supongo que estará bien con tanto quita y pon no se si me he pasado de palabras si tengo que recortar le saco todas las comas y los puntos y veras si cabe sabes que no pongo nada y que el que lo lea que respire donde quiera total no habré acertado una pues sin comas.



LA VIDENTE

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LA VIDENTE


Nuria es de piel morena y ojos castaños. Sus largos cabellos bailan cuando anda decidida por las calles. De carácter dulce y tímido se dedica a vender libros por las casas. Se convierte en charlatana y vivaz a la hora de convencer a sus clientes. Le gusta hablar y se involucra en sus vidas, les escucha y aconseja.
Su vida es tranquila, elude las complicaciones y se desvive por su hija.
Comparte aficiones con sus compañeras de trabajo y se pasea ufana en su utilitario rojo.

Al final del callejón asoma una pequeña tienda, entre los cristales se adivinan pequeñas velas y estampas de santos, una suave luz sale disipada entre las cortinas correderas, se oyen murmullos en su interior. Al fondo una vieja y estrecha calle se pierde en la oscuridad.
Su amiga le ha contado que en ese lugar, una anciana muy amable lee las manos con gran acierto.
Aunque el mundillo de las videntes le atrae, no cree que sea realmente tan buena como dicen.
La curiosidad y el brazo de su compañera la introducen hasta el pequeño mostrador de madera gastada.
Nuria se apoya suavemente en la delgada columna que divide la sala y la rodea sin darse cuenta descubriendo su interior.
Una anciana de pelo gris se le acerca despacio, le da la mano.
“Tiene una bonita cara, limpia, clara” piensa mientras avanza hacia otra salita.
Le ofrece una silla, Nuria se sienta cruzando los pies agradeciendo su gesto. Pasados unos minutos la mujer sale de la habitación apenas iluminada y cierra la puerta.
-¿¡Qué hago aquí!?- Sus manos frotan torpemente su rodillas, se levanta poco a poco, casi contando sus pasos recorre la estancia. En la pared, láminas y dibujos se entremezclan colgados con pequeños alfileres.
Sus ojos revisan en un guiño sin mucho interés los recuerdos que la mujer ha ido recogiendo de sus pacientes; amigos, santos y pequeñas dedicatorias de niños.
Su mirada se detiene por un instante, una imagen ha llamado su atención. Un joven bastante atractivo, de pelo rubio y despeinado, parece un loco simpático de mirada picara y labios provocativos.
-No está mal. -¿Quién será?
Gira sobre si misma rozando el mueble, la habitación pequeña y humilde cobija dos sillas y una mesilla de té.
Sin hacer ruido, la señora surge de nuevo y sonríe con cariño.
-Dame tu mano- Nuria la acerca despacio y escucha tranquilamente las palabras que se deslizan hacia el interior de su cabeza, de repente, responde incomoda en su asiento.
- ¡No, que va… no tengo pareja ni quiero!
La anciana le sonríe de nuevo. -puede ser, pero lo tienes muy cerca, es para ti.
La mujer levanta levemente el rostro hacia la pared vieja y despintada, señala con sus blancos dedos la foto del chico.
-¡Ves!, como él, lo reconocerás al instante.
Nuria se levanta agradecida reposando sus pies en el suelo desgastado, recibe un cálido beso en la mejilla, la anciana la observa con afecto. Sin prisa la acerca hasta la salida de la tienda donde su amiga la aguarda.
-Espero noticias  tuyas- Nuria la mira intrigada, se despide confusa.
Le cuenta a su aliada la conversación con todo detalle, salen cerrando con cuidado la blanca puerta, la pequeña campañilla suena al compás de sus movimientos, ríen contentas imaginando donde estará ese hombre maravilloso.
-¡Nos vemos en la oficina!
Son las siete de la mañana, Nuria enfila la calle París buscando donde aparcar.
Entra medio dormida en su despacho mirando a sus compañeros y saludando sonriente. Su amiga se le acerca alegre.
-Buenos días ¿Qué… le encontraste?
-Anda ya, vamos a desayunar y no me compliques la vida.
Deja con sumo cuidado la chaqueta y el bolso sobre la silla de piel, rebusca el monedero mientras su compañera le da de lleno en el estómago.
-¡Te está buscando… ayer también preguntó por ti!
-¿¡Quién…!?
-El del traje negro… el rubio de la quinta… el jefe nuevo.
-¿Y…? -no sé quién es.
-Xavi se le acerca con el pelo rubio alborotado sobre sus hombros. Sus ojos la miran con impertinencia.
-¿Puedo invitarte a cenar?

Dieciocho años más tarde…
-Nuria -¿Que hay para cenar? -Pregunta Xavi desde la puerta de la cocina.





LA FIESTA


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LA FIESTA


La Fiesta

Desde el camino, veo la gran casona casi oculta entre los árboles, la noches es placida y serena, nos acercamos sin ninguna prisa, paseando.
-¡¿Sabes Laura?! Creo que lo vamos a pasar bien.
Javier aparca el pequeño coche bajo un roble centenario mientras la luna llena nos espía, subimos las pequeñas escalinatas de piedra y entramos en la casa; la puerta emite un lamento corroído cuando nos da paso invitándonos a entrar…
-¿Hay alguien?- Grita Javier.
-Un pórtico amplio nos muestra la escalera que se alza tapizada y soberbia. La casa permanece muda y sombría.
-Los tres nos deslizamos en su interior esperando que alguien nos reciba.
-¿Pero no era tu amiga la que nos había invitado?- pregunta Javier -¿No te habrás confundido? ¡Eh…!
-…Oye tranquilo… estará ocupada- responde Laura -¡Miremos aquí, parece salir luz de esta habitación!
-Mientras me acerco a ella, tras nosotros la gran puerta se cierra de un portazo, enfrente, la estancia descubre lentamente una pequeña abertura. Nos sobresalta el ruido inesperado y un respingo inevitable hace adelantarnos.
Laura se alisa el largo vestido color frambuesa que ha comprado para la ocasión. Javier coloca sutilmente su pajarita en línea recta; me retoco el pelo frente al  espejo oval colgado junto la escalera.
-¡Vamos, entremos! hemos venido a divertirnos y a cenar ¿¡no!?
-¡vamos...vamos...!
-¡Julia! ¿Estas ahí?... ¡Tenemos hambre!
-Pasad y asentaos....
La voz de julia se oye desde la profundidad; los tres nos adentramos en su busca, empezamos a impacientarnos.
La frágiles luces de las velas alumbran con intensidad el gran salón. Figuras frías y muertas bailan al son de las llamas dibujando tergiversadas siluetas en la paredes.
Oigo crujir la madera bajo mis pies, camino despacio adentrándome en la sala. Javier y Laura se dan la mano y se acercan silenciosos hasta la mesa.
-¿Crees que hacemos bien?- pregunta Laura. Javier la mira y discretamente le acerca una vieja silla.
-No pasa nada, solo es un juego- Javier respira hondo sin creer en sus propias palabras.
Poco a poco todos nos vamos acomodando.
-“¡No me gustan nada estas cosas! -pienso.
Una mujer ajada y canosa está sentada esperando que todos se sitúen, levanta sus blancas manos haciendo deslizar las largas mangas de satín que envuelven sus delgados brazos. Un pañuelo adornado de pequeños brillantes cae sobre su frente; su mirada es escurridiza y su cuerpo encorvado.
Alza levemente la cabeza -¡Y ahora…!
El viento irrumpe de golpe por la ventana entreabierta, las velas sacuden su luz casi hasta su extinción, un golpe sordo suena en medio de la mesa, el vaso frío, transparente, se mueve enloquecido y cae estrepitosamente contra el piso. La vieja mujer mira turbada. -¡¿Hay alguien aquí... entre nosotros?!
La luz de las velas sigue su baile oscilante, el rojo carmesí de las cortinas se confunde con las paredes; libros gastados y apilados en las estanterías de madera carcomida caen en el suelo oscuro.
Doy un salto de mi silla y tropiezo con algo, las pesadas alfombras se entremeten en mis pies.
 -Laura, ven junto a mí - Le cojo la mano con los nervios a flor de piel. Javier se nos acerca y nos abraza.
-¿Qué  está pasando...acaso no era un juego...?
Fuera, se oye el rechinar de la escalera, el roce de ropa en el suelo deslizándole reverbera en la distancia. Se oye una tímida voz temblorosa.
- Julia, ¿eres tú? -recita Laura mirando con miedo a la mujer sentada hosca y huraña. El silencio invade todo el espacio, la redondeada mesa cubierta con tapices bordados se balancea sobre sus patas.
De pronto, un resplandor se alza en medio del salón.
 -¡Si soy yo....os estaba aguardando!
La vieja y canosa mujer ha desaparecido, los cristales del vaso reflejan pequeños rayos de luz vestidos en partículas polvorientas.
-¡Por favor ...sentaos!.
 La luz envuelta en sutiles velos blancos se acerca hasta la mesa.
Acomodaos, os lo ruego....! ¡Vamos a empezar!




UN TRISTE RECUERDO


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Un triste recuerdo.


Sus rubios cabellos reposan sobre la almohada, los labios carmesí destacan en su blanca piel, Louise Enriette descansa sobre el  lecho asumiendo que su final está cercano. Cansada, cierra despacio los ojos y una nube de recuerdos se deslizan suavemente por su mente.
Corre el año 39, en una mañana soleada camina con su habitual elegancia sobre esos finos tacones. Retoca su sombrero mientras lee “Le figaró” colgado del pequeño quiosco situado en el hermoso puerto de la Luna.  El Garona difunde su brillo como un espejo, la luz de las farolas embellecen el puente construido en el Siglo de las Luces.
Mira asustada,  todos los periódicos anuncian lo mismo, “L'intransigeant” pregona en letras negras y blancas: “LA FRANCE ET L'ANGLATERRE sont en état de guerre AVEC L'ALLEMAGNE”.
Busca ansiosa una cabina de teléfono, enfrente se alza el bello Pont de Pierre.
Gira sobre sus pies y enfila decidida hacia Courts Victor Hugo.
-”Debo avisarle, no tenemos más tiempo”.
Un pequeño bistrot está abriendo sus puertas, sin dudarlo entra y se dirige al teléfono colgado de la pared. La suave  voz de Juliette Gréco inunda todo el local.
 Marca el número de su oficina...ring...ring...
- Bonjour, ¿quién es?
- ¡Pierre, Pierre... escúchame...!  -debemos irnos inmediatamente. ¿Están listos los coches? 
Los dedos de Louise repiquetean en el mostrador.
-Si todo está listo. - contesta Pierre.
-Voy a buscar a los niños. Nos encontramos en la isla. - Louise acaricia su falda de Jacouart.
-Bien, muy bien...sé prudente... voy hacia allí. ¡Je t'aime!
 Al poco tiempo rueda por la carretera ansiosa de llegar a l'Ille d'Oleron donde su institutriz y los niños la esperan.
A su paso, los viñedos de Burdeos se alzan verdosos  y morados. La guerra no ha podido matar tan bella naturaleza y el vino sigue manando por sus tierras.
Horas más tarde los coches y camiones enfilan hacía su nuevo destino.
En España parece que las cosas se han calmado. Meses atrás Franco destruyó la segunda república de un plumazo. La guerra ha  terminado y les aguarda un futuro incierto pero sin bombas.
Louise lleva en su bolsa, en un doble fondo la foto de su amigo el General Pétain. -“¿Cómo ha podido traicionarnos así?- “Alemania nos arrebatará lo poco que queda de esta triste Francia sumida en el dolor”.
Los camiones avanzan tras  ellos. Llevan toda su vida: sus enseres y lo poco que han salvado.  Sabía que llegaría el día que tendrían que huir después del pacto de Pétain con Hitler, creyó que, tal vez, la guerra llegara a su fin y pudiera permanecer en su tierra.
En medio de polvo y muebles, miradas escondidas y asustadas se arrinconan atemorizadas ante la llegada de la frontera de Irún. El Bidasoa  asoma a los lejos dividiendo sus vidas, sus patrias.
Soldados apostados en ambos bandos.
La atmósfera bajo los impertinentes focos es cortante, la respiración en pausa, las manos sudorosas.
-Monsieurdame, sus documentos... -¿¡dónde van!? -el soldado apunta con su linterna metralleta en mano  el interior  del coche.
-Tenemos un pabellón de alimentación en San Sebastián. -responde Pierre-. Louise se aprieta a los niños disimulando su miedo.
El hombre revisa meticulosamente el coche. Los camiones están siendo registrados por doquier.
-¡Salgan del coche, pónganse a un lado!
Louise mira hacia los vehículos. Dentro, almas encogidas ruegan por no ser descubiertas y llevadas a un campo de concentración. El día despunta de nuevo, las horas interminables repletas de preguntas han llenado la noche.
-¡Eh…bien, pueden irse!  - ¡Out, allez, allez, vite, vite!
Despacio, el coche y los camiones atraviesan las fronteras con el corazón escondido. Las montañas les reciben en un verdor esplendoroso. Un gran cartel les indica su camino: San Sebastián.
A unos kilómetros de la frontera paran los coches, necesitan tomar aire, saber que todo está bien, que su camino incierto pero nuevo, puede ser mejor.


1968. Louise Enriette suspira recordando “He tenido una buena vida“.


ME HE PERDIDO

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ME HE PERDIDO



Pedro, hombre robusto, alto, de tez morena y calva reluciente.

Ha dejado su empresa en manos de su hija, ahora puede disfrutar de su tiempo libre; aunque a decir verdad no se ha estropeado la espalda trabajando, más bien se ha recreado con ello: viajes, entrevistas, buenas comidas, lugares nuevos.

En apariencia es de carácter fuerte y altivo, pero cuando quiere, retorna el niño travieso y mimado. A sus ochenta y cinco años sigue haciendo rabiar a sus hijos y nietos, hasta sus empleados le secundan el juego.

Se pasea por el jardín recordando su lejana tierra, esos cafetales y palmeras esbeltas de su querida Costa Rica.

Ha guardado el sombrero gris de franela y se ha colgado uno viejo de paja trenzada. Sus zapatos lustrosos y acordonados descansan bajo la cama. Se ha acoplado unas buenas zapatillas de paseo.

Hace un bonito día!- ¿Nos vamos de excursión? Raid, lo mira con la cola en vaivén y se sitúa junto a el.

Los dos rodean la gran casa, siguen el rastro del pequeño camino riachuelo abajo, el sol va acercándose sin prisa. Hoy pica el calor el perro le mira como asintiendo. -No te preocupes, damos una vuelta y volvemos Apoya su bastón en la tierra y sigue caminando disfrutando de la naturaleza. –“Voy a sudar de lo lindo y eso es raro en mi”- piensa mientras recuerda su juventud en aguas caribeñas- cruza una pequeña colina ondulante y verdosa. El tiempo va pasando perezosamente, se aleja despacio, sin darse cuenta se desvía del camino.

Al frente, una enorme piedra gris y caliente descansa en medio de la nada. Se acerca sudoroso y tambaleante. -Vaya, ya no tengo veinte años“- Apoya su espalda, reposa unos instantes pensando que no reconoce el lugar.  Su pesado cuerpo no responde, el sudor i el polvo invaden  todo su ropa, intenta levantarse  pero se desliza hasta el suelo.

-Bueno, creo que me he perdido- Raid, lo mira y gime, no le gusta nada la situación.-

-¿Sabes chico? Cuando lleguemos a casa, tomaré mi Fernet Branca con mucho hielo y se me pasará este susto. Tengo un montón de cosas que hacer: acabar mi libro de Pearl Buck, fumar mi Julieta, y algo más, ahora no me acuerdo.

Raid intenta escapar, rasca con sus patas en vano, le  ha clavado el bastón con su cadena en la seca tierra para que no escape, no quiere quedarse solo. De un tirón sacude su fuerte cabeza, el débil báculo salta sin dificultad, sale corriendo camino arriba.

Anna, su hija, lleva horas desesperada, ha llamado a los vecinos, la guardia civil, a todo el mundo. En un momento dado mirando la lejanía ve venir a Raid, corriendo y jadeante, entiende lo que está pasando -Vamos chicos, hemos encontrado a papá-

El perro, da media vuelta y corre río abajo, sabe que le están siguiendo. Bordea la colina con la lengua seca y las patas cansadas.

Pedro no tiene prisa –Creo que me estoy mareando- ¿Donde estas? Comprende que su amigo ha ido en busca de ayuda, nunca le falla.

El viejo sol cae implacable sobre su cabeza, el aire reseco invade todo lugar, el riachuelo ha enmudecido. ¿Dónde estaré?  Se pregunta un poco asustado.

A lo lejos se oyen voces ya están aquí intenta abanicarse con el viejo sombrero pero sus fuerzas no le ayudan. Su cuerpo va aflojándose por momentos y sus pensamientos se entremezclan en nubes borrosas.

Anna le ve, aprieta el paso nerviosa, agita los brazos en dirección a Pedro, los demás la siguen.

Oye voces lejanas ¡Por fin me encontraron!

-Bueno, veo que no me has abandonado- siente su lengua húmeda en su rostro lamiéndole con ansiedad. -No llores amigo, sabía que podía contar contigo-. Sus ojos se cierran tranquilos. -Amigo estas aquí- Una Mano le acaricia el rostro con cariño.-

Sabe que está a salvo y se relaja suavemente ¿Sabías Anna ...que no me ha dejado... niun momento? Mi buen... amigo mi...amigo...fiel...mi...