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viernes, 3 de agosto de 2012

EL SECRETO

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El SECRETO

Había una vez dos mujeres que vivían juntas en una bonita casa, madre e hija compartían la juventud de una y la madurez de la otra.
No hacía mucho, habían trasladado sus cuatro muebles viejos cargados de ilusiones y temores a su nuevo hogar, atrás, quedaba parte de sus almas entre aquellas lujosas y altivas paredes rellenas de antigüedades;  recuerdos cogidos de aquí y de allá que minuciosamente y a lo largo de la vida sus padres habían dado cobijo, todos aquellos muebles repletos sin vida; cuadros muertos, joyas frías y brillantes, alfombras repletas de polvo, estaban atestados de vida, una vida que ahora quedaba en una pagina cerrada de sus jóvenes vidas.
Sin un duro en el bolsillo, sin un trabajo, sin un alma que las protegiera, decidieron hacer frente al mundo alquilando la casa más primorosa del pueblo, unos pocos amigos las ayudaron en el traslado y con el orgullo a flor de piel, se dieron la bienvenida con una gran fiesta a lo largo y ancho del amplio jardín bordeado de altivos y verdes pinos.
Algunos pensaron que sus ahorros estaban alevosamente escondidos, otros que la locura había hecho presa en ellas, algunos se rieron de su riesgo y otros se sorprendieron de su osadía, todos las envidiaban por su presunta suerte, pero nadie, nadie apostaba por su supervivencia.
Una vez aposentadas se preguntaban como harían frente al alquiler de tan lujosa casa, al poco tiempo, cuando las primeras hojas otoñales empezaban  a tambalearse la madre encontró un trabajo, aunque no estaba acostumbrada a enfrentarse al mundo sola sin el cobijo de sus padres y teniendo que soportar ordenes de algún superior, se abalanzó de cara a su nuevo labor soportando un horario, ordenes desmedidas y jefes prepotentes, pero también le ofrecía libertad de movimiento y acción.
Su catalogo de platos y ollas y sus ganas de luchar eran todo su equipaje.
Madrugaba con un solo ojo, el otro lo reservaba para media mañana después de su café doble y un par de cigarrillos.
Cuando el sonido impertinente del despertador sacudía toda la casa, las dos mujeres recorrían los pasillos como alma que lleva el diablo, del baño a la cocina y seguidamente al flamante coche que soportaba agradecido los movimientos acelerados a que le sometían, la más joven de tan solo quince años, saltaba a la puerta del instituto, atormentada por los consejos y advertencias de su madre, se iba dándole el eterno sermón pero con la tristeza de que hasta la noche no volvería a verla.
Su hija, una muchacha joven y alegre, había sido el motor que la movía a seguir adelante, estaba muy orgullosa de ella, estudiaba como cualquier niña de su edad, discutían constantemente por tonterías cotidianas y se unían en la desventura con alegría y complicidad, le preparaba la cena y encendía la chimenea para que cuando llegara se sintiera cómoda y acogedora, también le concertaba citas con las madres de sus amigas para que pudiera incrementar sus ventas, de alguna manera participaba en el trabajo de su madre acompañándola a los hogares de noche, siempre estaba junto a ella, se sentía gozosa de su madre y lo reflejaba en su rostro.
Sin una queja por los zapatos estropeados o por los viejos pantalones un poco anticuados, por la noche cenaban y cotilleaban las aventuras diurnas, muchas noches contaban el dinero que les quedaba y las muchas facturas que sobraban, pero no se asustaban, sabían que juntas lograrían burlar a todo imbécil que dudara de su capacidad y eran muchos que día a día se asombraban de la vida de aquellas dos mujeres que, aparentaban toda la serenidad y alegría de una vida estable y sin problemas, pobres ilusos, no se daban cuenta que tan solo había un secreto para aquella felicidad… estaban juntas.





     
                                                                                                        Maig.1995









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